El pasaje de la Sagrada Presentación de Jesús al Pueblo o Ecce Homo escenifica el relato evangélico de San Juan, según el cual el praefectus Poncio Pilato, gobernador de Judea en nombre de Roma, presenta a Cristo fuera del pretorio, una vez flagelado y coronado de espinas por los verdugos, desde el lugar llamado lithóstrotos, en hebreo gabbatha. Pilato, exclama “¡He aquí al hombre!” (Jn 19, 5) ante los judíos, consagrando la celebridad de una frase que ha llegado a usarse comúnmente para indicar a una persona maltrecha.
Tal iconografía la conocemos en el arte cristiano a partir del siglo IV, aunque no sería hasta la época medieval cuando se instauraría como hoy en día la contemplamos. En nuestro país, alcanzó gran predicamento en la escuela granadina, a través de artistas como los Hermanos García y los Hermanos Mora, quienes establecieron unos prototipos que no han dejado de ser imitados por los imagineros andaluces desde entonces.
La interpretación sobre el tema que ha realizado en el año 2005 el escultor e imaginero Rafael Martín Hernández se enmarca dentro de la corriente tradicional. El rostro del Varón, de afilados perfiles y rasgados ojos que recuerdan las maneras roldanescas, se dirige angustiado hacia el cielo, expresando en su crispado gesto la invocación del salmo davídico: “Hacia ti, Señor Yahveh, miran mis ojos. !En ti me cobijo, no me desampares mi alma! Guárdame del lazo que me tienden, de la trampa de los malhechores” (Salmo 141). La corona de espinas, de ramas gruesas y ceñidas al cráneo, y la lívida policromía de la imagen refuerzan el dramatismo del bello simulacro.
La cabellera, resuelta mediante menudos y ensortijados rizos, desciende sobre la espalda por el lado izquierdo, dejando descubierta la oreja, y cae sobre el hombro por el derecho. Los labios, muy carnosos y abiertos, quedan enmarcados por bigotes y barba bífida, trabajados con el mismo tratamiento de filigrana. El torso de Jesús, cruelmente azotado por los verdugos, se cubre con una clámide de terciopelo rojo. Al tratarse de un busto, carece de la caña en la mano que porta a manera de cetro desde el escarnio, atributo habitual de esta iconografía.